HISTORIA MEDIEVAL

Hasta el siglo XIX, la información referente a Cantabria contenida en obras históricas en notablemente reducida, limitándose a simples anotaciones puntuales. Así, en una primera y larga etapa, a la que pertenecen las obras de Juan de Biclara, San Isidoro de Sevilla, San Braulio de Zaragoza, San Gregorio de Tours, la concepción universalista de la historia orientó el trazado fundamental de los trabajos. Las doctrinas cristianas presentaban la historia como historia de la salvación y como proceso universal preestablecido encaminado a un fin determinado; el curso histórico descrito combinaba la historia bíblica, la de la Iglesia y la de las nuevas sociedades bárbaras surgidas tras la crisis del Imperio Romano. En esas condiciones, no extraña que las referencias alusivas a la historia de Cantabria fuesen muy limitadas . En una segunda etapa, la historiografía se nutre de crónicas reales o dinásticas que, sobre todo, desde el siglo XIII, tienen como objetivo fundamental señalar la nueva vinculación entre los monarcas y su pueblo. A este grupo pertenecen crónicas de distintos reyes, en las que, eventualmente, nuestra religión puede aparecer como escenario de algún acontecimiento. En una tercera etapa plenamente renacentista, el interés por los personajes individuales y sus acciones lleva a particularizar más el punto de vista; surgen así narraciones de hechos personales, como la Crónica de Pero Niño, conde de Buelna, o familiares, como las recogidas en las Bienandanzas e fortunas de Lope García de Salazar.

Con el triunfo del Renacimiento, se multiplica el interés por las fuentes clásicas, y, de ahí, por estudiar la expansión de las civilizaciones griega y romana. Pero también la respuesta que algunos pueblos dieron a tal expansión. Surge así, impulsada además por el despertar del foralismo vasco, una larga polémica historiográfica, conocida con el nombre de Mito del Cantabrismo.

El debate tuvo como tema central de discusión la identificación de la Cantabria prerromana suscitada por la tesis, carente de todo fundamento, de que aquella histórica y valerosa región había sido o se había extendido al País Vasco. Esta tesis fue sostenida por historiadores vascos y por algunos de los grandes historiadores del siglo XVI y XVII, entre ellos Juan de Mariana, Ambrosio de Morales, Gabriel de Henao, mientras que otros, Jerónimo de Zurita, Juan de Castañeda, Francisco de Soria y Pedro de Cossío y Celis, más científicamente, apoyaban la correcta localización de la Cantabria clásica. Al margen de la controversia sobre el Cantabrismo, se pueden señalar en las obras de estos autores algunas de las innovaciones que el Renacimiento había introducido en la historiografía; apareció la crítica histórica, y el rigor lleva a desechar algunos mitos; si bien el núcleo de la materia histórica siguió siendo casi siempre el mismo: La historia de las clases dominantes, y su atención a nuestra región fue mínima. Durante el siglo XVIII, ligada a la Ilustración y al reformismo se desarrolló una nueva corriente que consideraba la historia más por su método que por su contenido, al hombre como parte de la naturaleza, condicionado por la geografía y el clima, y al proceso histórico como una rebelión del hombre contra el medio rural, al que sólo puede acoplarse por medio de la razón. Surgen, entonces, obras metódicas y críticas, cuya principal virtud consistió en la revisión de las fuentes a utilizar. Entre ellas, destacó la de Enrique Flórez, figura decisiva en la historiografía de Cantabria, no sólo porque sentó las bases definitivas para reducir la antigua Cantabria a la provincia de Santander, sino, sobre todo, porque a raíz de su obra, se fundamentó una nueva etapa caracterizada por una toma de conciencia de la individualidad de Cantabria ligada al proceso del despertar de las nacionalidades. La historia se convierte en una ciencia, y comienzan a desarrollarse las corrientes historiográficas influidas por el Romanticismo, con una revalorización del pasado en general que dio paso a una concepción más crítica y aséptica: El positivismo. Este movimiento dio contenido metodológico y bases teóricas a buena parte de la historia romántica.

Sin llegar a adscribirse por completo a ninguna de las corrientes mencionadas en estado puro, sino más bien participando de todas ellas, se inició en Cantabria, en la segunda mitad del siglo XIX, un movimiento historiográfico de carácter historicista. Las obras que a él pertenecen plantean, con criterio positivista, la búsqueda de las raíces de la colectividad que justifiquen una cierta conciencia nacionalista. Sin embargo, el planteamiento formal, de carácter romántico, hace disminuir el rigor del trabajo. A este contexto pertenecen las obras generales de Manuel de Assas, Eguaras, Ríos y Ríos, Río y Sainz, y las más concretas, monográficas, de Bravo y Tudela, Corro y de la Sierra, Echevarría, Lasaga Larreta, Fernández Guerra, Asúa. El esfuerzo investigador de autores como Gervasio de Eguaras y Eduardo de la Pedraja y otros en la búsqueda, recopilación, transcripción y conservación de muchas fuentes constituyó la aportación más permanente, al proporcionar la información básica para la gran eclosión de estudios históricos del siglo XX.

En el siglo XX, la multiplicidad y diversificación de estudios históricos, junto a su proximidad al momento actual, según criterios temáticos. una clasificación no exhaustiva puede ser la siguiente: Historias generales de Amós de Escalante, Maza Solano y otros, Suárez y Fernández y otros. Historias particulares -integradoras de temas diversos- sobre: Dominios monásticos: Gautier Dalché, Asenjo González, Díez Herrera y otros; villas: Fresnedo de la Calzada, Fernández Llera, Basoa Ojeda, Bustamante Callejo, Pérez Bustamante, Casado Soto, Abad Barrusu; territorios: Escagedo Salmón, Sojo y Lomba, Rodríguez Fernández, Calderón Escalada, Pérez Bustamante, García de Cortázar-Díez Herrera; cultivadores de aspectos temáticos específicos; organización eclesiástica; Escagedo Salmón, González Echegaray, Hoz Teja; economía: Martínez Guitián, Finot, Sanfeliú, Morales Belda, Escagedo Salmón, Barreda y Ferrer de la Vega, Ballesteros, Maza Solano, González Echegaray, Casado Soto; arte: Ortiz de la Torre, Ortiz de la Azuela, Lafuente Ferrari, Gonzales Echegaray, García Guinea, Álava Aguirre, Crocet, Carrión, Calderon de la Vara, Eálo De Sá; demografía: González Echegaray, Casado Soto, Pérez Bustamante, Coterillo del Río; etnografía: Arnaiz de Paz, Goldie, González Echegaray, González de Riancho, García Lomas, Tax de Freeman; inventarios, catálogos, publicación documentos: Sánchez Belda, Vaquerizo, Travesedo, Pérez Bustamante, Martínez Díez, Jusué, González Camino, Escagedo Salmón, Castro, Casado Soto, Álvarez Pinedo.(C.D.H.)